sábado, 23 de octubre de 2010

La escuela como factor de extinción de lenguas indígenas


Una comunidad que aún discute, puertas adentro, prácticas lingüísticas y variantes dialectales, en algunos casos con los paisanos que quedaron en Chaco y Santa Fe, para otorgar lineamientos que permitan estandarizar una lengua en extinción. Una comunidad cuyos miembros viven de las artesanías, son excelentes músicos y dictan cursos de la cultura en universidades y escuelas o participan en congresos, eventos y conmemoraciones.
Una comunidad cuyos niños van a un colegio que no ofrece contenidos bilingües, que necesariamente no pueden continuar con las prácticas orales que sus padres conservan dentro de casa.
Una comunidad que cuenta aproximadamente con 180 niños, adolescentes y jóvenes, la mayor parte procedentes de Chaco, que son receptivos de la lengua qom pero no saben escribirla o verbalizarla, que no pueden utilizar sus conocimientos para complementar el aprendizaje con el resto de los alumnos (entre quienes se cuentan bolivianos y paraguayos), vinculando sus cosmovisiones en relación con aspectos geográficos e históricos de la cultura. El significado que un qom tiene del monte es necesariamente muy diferente de cómo lo puede apreciar o entender el “blanco”. Hay allí contenidos propios de la cosmogonía que se desestiman o se ignoran, sin que haya por parte del docente una inquietud por conocer lo que el niño ya sabe por educación familiar, y probablemente allí encontremos un nudo del conflicto:

La ausencia de complementariedad entre la educación familiar y la educación escolar.

Para que tal cosa se desarrolle debería enhebrarse naturalmente una apertura, aceptar que otras formas de conocimiento son factibles para entender y representar de mejor modo una sociedad multicultural, con problemáticas que inciden en ambas realidades, y a las cuales conviene encontrar una respuesta “plural” propio de convergencias, disyuntivas y paradigmas de estos tiempos: una verdadera encrucijada intercultural.

La Biblioteca Qomllalaqpi ha colaborado en la expresión artística de los niños que viven en la comunidad toba de Derqui, no hace falta aclarar que es insuficiente la tarea. Ana Medrano da clases de lengua qom pero eso tampoco alcanza, resultan formas de paliar una carencia, hacerle frente con pocos recursos a una situación de conflicto.

¿Hace falta señalar que los seres humanos que no pueden expresarse en su lengua natural presentan una serie de problemas tanto psicológicos como educativos que los condicionará de por vida?

Por estas situaciones se ha trabajado desde un principio porque haya una radio bilingüe. Es un paso adelante, más no una “solución”.
Ese espacio de comunicación debe estar ligado necesariamente a la biblioteca y a la escuela del barrio. La sinergia que puede generar un medio donde la oralidad construya conocimiento es incalculable. El espacio de la biblioteca representaría un circuito de producción documental que permita preservar memoria a través del lenguaje, aplicando el bilingüismo desde un marco interdicisplinario.

La tarea es lenta, y se hace sin remuneración, de modo asociativo y colaborativo.
En este sueño aparecen detrás el Centro Comunitario Daviaxaiqui, la Fundación desde América, la Fundación Pichot, así como docentes, bibliotecarios, investigadores, médicos, lingüistas, antropólogos…

Buscando entre todos un “nosotros” que habilite otras formas de conocimiento.

sábado, 16 de octubre de 2010

Análisis crítico del concepto biblioteca indígena


Analizando en un contexto semántico la representatividad que puede tener la inserción de una biblioteca en una comunidad indígena, es posible aseverar, según la literatura publicada y las experiencias frecuentadas, que estamos muy lejos, en este campo, de organizar, en su pleno significado, lo que se da en llamar una "biblioteca indígena" propiamente dicha.Si vamos a las experiencias concretas, en muchos casos no quedaría otra opción que elaborar un documento crítico:

- Instituciones que se autodenominan "bibliotecas indígenas" favorecen el proceso de extinción de las lenguas maternas, al no contemplar la producción documental que permita la construcción del propio acervo.
- En algunos casos la ausencia de radios indígenas bilingües privan a las comunidades de fortalecer las prácticas lingüísticas, tomando como valor la memoria y el lenguaje, y lo que ello infiere en la cuestión identitaria como factor de resistencia cultural (si el proyecto de la radio indígena no prospera, lo que ocurre en Derqui puede seguir ese camino).
- Escasos materiales bilingües (ni hablar de regiones donde hay varios dialectos que coexisten en una pequeña área), hacen imposible considerar siquiera el carácter específico y diferencial que reconocidos colegas le han atribuido a estas unidades de información.
- Artículos que solo se acceden desde Internet no suelen conocerse en las comunidades por ausencia de recursos, por ende dichas teorías no pueden frecuentarse. En otros casos, la realidad exhibe experiencias profesionales, verdaderos esfuerzos valiosos, que probablemente hagan al concepto de "Centro de Documentación y taller cultural" más no así al de una biblioteca indígena propiamente dicha. Una biblioteca con un sentido de pertenencia por parte de la cultura, de necesidad de apropiación por un espacio que históricamente nadie necesitó.

Estas son solo algunas de las problemáticas, la lista excede este espacio de reflexión.
Deberían haber piedras pintadas en los estantes, y no libros, como las antiguas amoxcalli's de los Nahuats y pipiles de la América Central. El acto supondría una reivindicación del modo de traspaso de conocimiento antiguo, pero no tendría sentido para los descendientes de pueblos originarios que conviven en asentamientos urbanos con escuelas monolingües y que prácticamente han dejado de verbalizar conocimientos en lengua materna. Descendientes de chamanes y caciques que a lo sumo hablan en lengua puertas adentro de sus casas, alejados miles de kilómetros de sus comunidades y de sus modos de autogestión.

No deja de resultar compleja la idea de biblioteca indígena desde el punto de vista técnico (inexistencia de bibliotecarios indígenas que promuevan un acercamiento a la organización de los fondos documentales y las prácticas bilingües), aunque podría ser aplicable la idea de bibliotecas en contextos multiétnicos, desde la colaboración interdisciplinaria, proponiendo la construcción de un paradigma, no necesariamente congruente con la normalización existente en las diferentes bibliotecas del país.

Al revisar la fuente publicada, si tomamos el trabajos de analizar nuevamente los textos, haciendo relecturas de los trabajos de campo y las teorías bibliotecológicas, no deja de sorprender en algunos casos encontrarnos con “recetas” de cómo se deben hacer las cosas, y luego prolongados silencios, que en las comunidades se traducen en una inevitable quietud, a la espera de un nuevo proyecto que habilite un trabajo interdisciplinario que en cierto modo los beneficie cultural y tal vez económicamente.

Hoy creo que cada bibliotecario que estuvo involucrado con esta temática se debe a sí mismo y a los demás, en especial a las comunidades, la construcción de un paradigma. Algo que requiere trabajar en forma comunitaria, sin paternalismos de ninguna índole, en forma interdisciplinaria, intercultural, algo que por cierto aún debe discutirse.
Probablemente nos quede sincerarnos, como bibliotecarios comprometidos con una realidad que siempre duele, para reflexionar si lo que hemos hecho hasta ahora no ha sido otra cosa que una imposición desde otra vereda.
¿Somos realmente necesarios en estos contextos?
¿Tiene sentido organizar el acervo comunitario de un pueblo sin escritura?
¿Libros en los estantes?
De tanto en tanto es necesario detenerse en estos cuestionamientos, y abordarlos como bibliotecarios y como personas.

Qomllalaqpi es un paradigma, como tantas otras experiencias lo han sido, una idea que puede sucumbir al menor soplo, algo que necesita tener un sentido de representatividad, un valer la pena. La pequeña colección de audio ha significado una decodificación de ese paradigma, un rumbo a seguir, al menos así lo expresaron los libros vivientes de Derqui, pero eso solo no justifica la idea de biblioteca indígena, es una parte de ese contexto, aunque contemple en sí mismo una hilatura del concepto. A mi entender la idea debe integrar otros planos, propios de las bibliotecas públicas y populares, propio de las bibliotecas comunitarias o rurales.
Es la idea de autogestión la que no suele arrojar sus semillas al campo vasto de la representatividad, aquello que hace a la identidad cultural, y desde cuya discusión se podrán habilitar espacios para construir nuevos modelos, nuevos significados, nuevos contenidos ¿qué idea tenemos de esto? ¿Qué creemos que esto significa?

Estamos simplemente replanteando nuestras representaciones y nuestras inquietudes, sumando aportes, escuchando y preguntando, mientras los paisanos secan al sol las artesanías recién horneadas.

Daniel Canosa

sábado, 9 de octubre de 2010

Libros en bibliotecas indígenas


En la Biblioteca Qomllalaqpi nos encontramos trabajando desde hace tiempo con una cuestión probablemente conflictiva dentro del tratamiento académico que ha suscitado el concepto Biblioteca Indígena. Esto tiene que ver con la colección impresa (especialmente libros), que se encuentra en toda biblioteca que intenta brindar servicios dentro de una comunidad conformada por descendientes de pueblos originarios. Se sabe que se trata de culturas ágrafas que históricamente no necesitaron resguardar en un tipo de soporte el conocimiento ancestral transmitido oralmente. Se sabe que muchas colecciones esconden detrás un marcado paternalismo, cuyos autores ofrecen documentos “sobre” los indígenas, valiéndose generalmente de una mirada ajena a la cultura, como si se trataran de objetos pertenecientes a otros estratos sociales. En ocasiones estos autores ofrecen una “ayuda” que nunca es genuina, o promueven una suerte de caricatura de estos pueblos históricamente silenciados e incomprendidos. Resultan pocos los casos de acercamientos sinceros a otras formas de conocimiento. Pero los libros en sí mismos han sido motivo de profundas reflexiones, muchas de ellas elaboradas desde la periferia académica, sin estar en contacto directo con las comunidades.
Se ha sostenido que toda colección que se encuentra dentro de una comunidad otorga sobrados motivos para considerar a dicho espacio una “biblioteca indígena”.
Resulta inaplicable adscribir a semejantes ideas. Necesariamente hay una complejidad mayor que debe ser considerada desde la experiencia directa.

Ya hemos visto en otras entradas que lo ocurrido en Derqui (la experiencia Qomllalaqpi), otorga elementos a los qom para asociar este espacio como una casa de la memoria, y que la colección que allí existe es en realidad una herramienta de socialización que los paisanos del Centro Comunitario Daviaxaiqui utilizan para darse a conocer y de este modo relacionarse.
Libros pensados como objetos que permiten un contacto con otras formas de conocimiento.
Libros que forman un puente desde donde transitar disyuntivas y proposiciones.

Los documentos orales han sido extensivamente tratados por diferentes bibliotecarios en incontables publicaciones, ya nadie duda del enorme valor de un material donde sea posible escuchar una voz representativa, transmitiendo un conocimiento en la propia lengua, recreando un patrimonio cuya interpelación permite concebir nuevos documentos.
Pero ante los libros, el quehacer bibliotecario aborda un plano frecuentemente inhabitado desde la práctica, que motiva un anhelo tal vez utópico: la búsqueda de representación en los acervos bibliográficos. Dicho tratamiento requiere una construcción circular desde la noción de “nosotros”, en tantos representantes de una realidad compleja que busca respuestas desde la interdisciplinariedad y la producción conjunta de investigaciones.
Por que tal vez de eso se trate, de producción local escrita, de materiales especializados en la cultura, independientemente del mayor valor que hoy por hoy puede justificar en su espacio una biblioteca indígena: el archivo oral, las prácticas lingüísticas, la producción documental endógena.

Hace años, una propuesta de una estudiante de bibliotecología motivó una inquietud profesional que provocó la construcción de un paradigma: una biblioteca indígena que producía sus propios documentos, la biblioteca de un pueblo sin escritura. Se trataba de la Biblioteca-Museo Maguta de la etnia Ticuna de Brasil, instalada en la confluencia de los ríos Javarí y alto Solimões, en el estado Amazonas. Según lo investigado por José Bessa Freire, desde allí se proponían actividades de recuperación del patrimonio oral Ticuna y se conformaba un centro de estudios donde maestros bilingües recreaban aspectos pedagógicos y educativos de la cultura popular, con la finalidad de realizar una serie de publicaciones para reforzar los conocimientos que los chicos conservaban desde la educación familiar.
Una de las experiencias más renombradas ha sido la confección de libros sobre etnosaberes: “O livro das Arvores” (1997) donde se rescataban los diferentes tipos de árboles que los ticuna conocían, su denominación bilingüe y las leyendas que estaban detrás de cada especie. Luego siguieron “Werigü Arü Ae”, libro que cuenta historias sobre pájaros; “Cururugü Tchiga”, con historias sobre sapos, además de numerosos textos sobre diversas disciplinas que pudieran contar con aportes locales.

Son numerosos los casos de bibliotecas universitarias que cuentan con colecciones indígenas con variados acercamientos disciplinares (antropología, lingüística, etnografía, arte, etc.) y en diferentes formatos. En la otra vereda, por ausencia de recursos, son muy pocas las bibliotecas indígenas que pueden ofrecer materiales publicados en grandes editoriales. Sin embargo pueden brindar documentos locales (especialmente orales) que dan buena cuenta de sus conocimientos, tradiciones e historia en general.
De lo que allí se está hablando es de la construcción del propio acervo, característica que la diferencia de los demás tipos de bibliotecas (probablemente nos acerquemos a una idea en algunas bibliotecas universitarias, con las tesis doctorales realizadas por alumnos, o en la producción de artículos técnicos realizados por los propios ingenieros en aquellas plantas siderúrgicas que cuentan con bibliotecas o centros de documentación).

Hay otros ejemplos conocidos de representatividad en las colecciones: en Perú se creó en 1971 la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, una práctica comunitaria con pueblos indígenas y campesinos que ha logrado, mediante el voluntariado, promover el acceso a la lectura, conformando una experiencia única de “bibliotecas sin estantes”, un sistema de canje o trueque que los comuneros organizaron para que los libros lleguen al resto de las chacras. Símbolo de esa lucha ha sido la realización de la “Enciclopedia Campesina de Cajamarca”, experiencia que ha venido a dar una respuesta a quienes por años han elaborado libros “adaptados a los campesinos” o bajo la idea de “ediciones simples para gente simple”. Los comuneros han hecho sus propios libros sobre botánica y zoología, en base a conocimientos locales, lo que originó la creación de la serie “Nosotros los cajamarquinos”. Por lo tanto aquí tenemos otro ejemplo concreto de representatividad cultural y fortaleza identitaria, porque como bien expresa Alfredo Mires Ortíz en una conferencia realizada en Medellín, Colombia (al presentar su trabajo “El libro entre los hijos de Atawalpa”), “el libro ingresó a nuestra historia como un estigma, como el augurio de lo fatal, como el advenimiento del infortunio, como una condena imposible de ser conjurada por los herederos de aquellos pueblos”.
Probablemente lo realizado por la red de bibliotecas rurales haya habilitado un puente desde donde supieron potenciar otro tipo de herramientas, provocando un acercamiento a un modo de aprendizaje y de conocimiento.

Por otra parte, considerando lo que actualmente se está trabajando en el área de las bibliotecas indígenas, y debido a que su construcción se encuentra en pleno proceso, creemos que la experiencia emprendida por Robert Endean Gamboa con la Biblioteca Digital Maya U Kúuchil Na'at puede significar el nacimiento de un nuevo paradigma en tanto representatividad del quehacer bibliotecario entre los pueblos originarios de México. Este trabajo focaliza fuertemente el aspecto tecnológico entre los mayas, favoreciendo la construcción y publicación de documentos en diferentes soportes (libros, música, fotografías, videos y textos), sin prescindir de las prácticas lingüísticas, sino más bien incluyéndolas en el desarrollo colectivo junto con las colecciones y un conjunto de actividades que buscan preservar aspectos significativos de la cultura.
La visión de la biblioteca digital es clara:
A dos décadas, la etnia maya será reconocida en todo el mundo por su cultura, su creatividad, su capacidad de innovación y sus propuestas de desarrollo sustentable.

La autogestión estará en manos de los mayas, pero tendrán herramientas para llevarlo a cabo.

Así lo hemos planteado en Derqui a principios de 2008, cuando surgió el proyecto biblioteca Qomllalaqpi: que sean los propios paisanos que conduzcan esta casa de la memoria.
Para eso estamos trabajando.

miércoles, 6 de octubre de 2010

¿Qué festejamos el 12 de octubre?

Desde la Biblioteca Qomllalaqpi adherimos a la propuesta del "contrafestejo", festival que reivindica la identidad y la autonomía de las culturas originarias, intentando representar una poética de la resistencia desde expresiones culturales urbanas, autogestivas y populares.
El encuentro se realizará en el Parque Avellaneda (Directorio y Lacarra) el Domingo 10 de Octubre de 11 a 22 horas.
Para más información consultar el blog Festejo-Contrafestejo.

Por otra parte consideramos pertinente difundir un texto del sitio "Movimiento TINKU de Bolivia" reflexionando hondamente sobre el sentido de festejar lo que años atrás se llegó a denominar el "día de la raza".
Entre los miembros que exigen en el documento la pronta aprobación de las voces de los Pueblos y Naciones Originarias se encuentra un integrante del Centro Comunitario Daviaxaiqui:
Máximo Jorge, en representación del Pueblo Toba (Qom).